“En la guerra, me di cuenta que lo importante es el olor de tu casa, el patio, el olor a sopa y a tuco, tu perro. En Malvinas, me di cuenta de todas esas cosas que son las más importantes y, cuando volví, el deporte me salvo, a diferencia de a otros veteranos, que no supieron qué hacer con su vida”. Esto expresaba Julio Calvo hace un par de años en un ciclo de historias de deportistas que estimulaban la inspiración.
Entre sus tantos logros deportivos, el goleador gritó campeón en 1996 con Guillermo Brown y fue parte del equipo que en el 2000 comenzó con “La Banda” a competir en los campeonatos federales. Julio explicó también que la derrota más humillante que sufrió, no fue dentro de una cancha, sino que fue cuando sacaron la bandera argentina para poner la inglesa en Malvinas.
En un acto por el Día del Veterano y de los Caídos en la Guerra de Malvinas describía su regreso de las islas australes: “con tan solo 18 años, cuando veníamos pensábamos que nos iban a cascotear, porque perdimos, veníamos derrotados, veníamos con frío, veníamos heridos, estábamos hechos una porquería, y fue todo lo contrario. La voluntad de la gente de acercarse a los soldados, saludarlos y agradecerles por su entrega acabó rompiendo el cerco militar. Así muchos conscriptos pudieron dejar atrás las miserables raciones militares que una vez más les ofrecían a su regreso, para ir a cenar a la casa de algún vecino de la ciudad”.